martes, 20 de septiembre de 2016

Miedo a la Policía


   
     Esta es una historia basada en hechos reales, y no es una que me contara el primo de un amigo; la viví en persona. Sin embargo, estoy seguro que pudiera parecerse a algo que has vivido o conoces a alguien que ha pasado por algo similar. Los personajes y lugares quedan a disposición de los lectores, póngales como quieran, porque estoy seguro que muchos se identificarán conmigo. Mi nombre es Fausto Lozano Lara y le tengo miedo a la Policía.
     Hace algunas semanas iba de regreso a mi casa. Pasaba de la media noche y mi recorrido me obligaba a transitar por periférico. Esa madrugada en particular, quizá por tratarse de la temporada vacacional, había un retén que no era común. Los conos naranjas llamaron mi atención y me bajé la velocidad hasta el mínimo. No había tomado alcohol, venía de una actividad relacionada con mi trabajo; sin embargo, sentí miedo. ¿Miedo a qué? Simplemente a todo. 
     Tenía temor de tirar los conos, aunque suene irracional, porque normalmente no tengo problema para pasar en ese espacio. Era esa sensación que se vive cuando algo es más fuerte que tú y no confías en ti mismo, porque estás bajo control del miedo. Estaba nervioso. Miré atentamente y me concentré en el policía que parecía esperarme. Quería saber si me paraba o seguía. Era todo tan confuso. El movimiento de su mano con la linterna, era tan neutral que podía haber sido "adelante" o "espere". Yo elegí seguir, pensando estar en lo correcto, pero no era así. Algunos me han dicho que esa es la trampa.
     Apenas avancé un metro cuando escuché un grito, que no entendí, pero supuse que era para que me detuviera. Y ahí empezó todo. El agente, con intención de intimidar, alegó que me indicó que me detuviera y no respeté su señal. Yo expliqué que entendí mal, pero que no había huido. Alumbró mi coche como buscando un cadáver y mencionó la famosa revisión de rutina, que después me aclaró que lo correcto es decirles revisión preventiva, ¡Cómo si eso significara alguna diferencia!
     Me negué a bajarme, me negué a todo. Me negué por la misma razón que lo he hecho un par de veces atrás, porque representaría una violación a mis derechos como ciudadano. Una mala experiencia fue suficiente para aprender que lo que hacen es ilegal. Nuestro automóvil es una extensión de nuestro domicilio y la única manera de hacernos descender de él es con la orden de un juez. Claro existen diferentes circunstancias, hablo de la generalidad. Les invito a informarse sobre ese asunto. Conocer nuestros derechos nos protege de ese abuso de autoridad. El mismo comandante me reconoció en algún punto de la plática, que mucho de lo que ellos logran es porque los ciudadanos no conocen sus derechos. Pero esa noche, fue diferente para ellos.
     El sargento fue por su comandante cuando me negué a su "revisión". Esperé apenas un rato. Llegó el señor enfurecido y me repitió la misma cantaleta. De nuevo me negué. Pude haber cedido e irme sin problemas. Sin embargo, algo me decía que eso no estaba bien, que no era justo que se salieran con la suya y me traten como a un delincuente; que me intimiden y me metan miedo, uno de los miedos más fuertes que se sienten, porque ellos tienen el poder y uno lo puede perder todo. Pero ni ese miedo era tan grande como el cansancio que sentía de sus abusos y repetí que no. Había empezado una guerra.
     La respuesta del comandante fue cerrarme el paso con un antimotín de un lado y  una patrulla del otro. Abrieron el carril contiguo, para dejar pasar a los automóviles que se habían acumulado  ante mi resistencia. Tuve pánico, quizás terror, no estoy seguro. He visto tantas veces en las películas como las patrullas les cierran el paso a algún personaje. Ahora sé lo que se siente. Cerré mi ventana y fingí estar tranquilo, mientras sostenía mi celular en la mano. ¿A quién le hablaba? Sabía que cualquiera de mi familia o de mis amigos hubiera ido si estuviera en sus posibilidades, pero en realidad no hubieran podido hacer algo y sólo los hubiera preocupado. No conozco a abogados poderosos, ni políticos influyentes. Estaba solo. Éramos yo y mis convicciones. Apagué el motor. Esto iba a tardar.
     El comandante insistió en varios tonos hasta que le acertó y fue amable. Su petición era que  me pegara a la orilla, simplemente para platicar. La verdad lo dudé mucho. Yo no estaba seguro que significaría realmente "platicar". Sin embargo, decidí ceder y me moví por fin. Dijo la verdad. Antes me preguntó mi grado de estudios, como si tratara de medir con quien iba a tratar. Yo le dije maestría, entendiendo su intención. La conversación se dio de una forma más cordial. Le repetí que lo único que quería es que me dijera si había una razón para estar detenido o si había cometido algún delito; porque de otra forma tendría que dejarme ir y no tendría que ceder a sus peticiones. Tuve toda su atención y es cuando aproveché para sacar todo mi inconformidad, que ni yo sabía que tenía.
     Me mantuve en el tono amable y le dije que no nos deben tratar a los ciudadanos como delincuentes, nos sentimos juzgados aunque no hubiéramos cometido algún delito; le insistí que no fue correcto que me encerrara de esa manera. No lo ameritaba. Es cuando me salió la frase, que no conocía en mí: Le tengo miedo a la Policía. Muchos ciudadanos lo hacen. No nos sentimos seguros bajo su cuidado. ¡Como quieren que cuidemos a quien no lo hace! Ver en la calle una patrulla, sobre todo en medio de la noche, no significa sentirnos protegidos; sino intimidados, con el riesgo de ser abordados por ellos, aunque no hubiese razón. Mucha de la ciudadanía, de la honesta y trabajadora que son la mayoría, le tienen miedo a la Policía.
     El comandante simplemente bajó la mirada y me dijo que ya sabía que los ciudadanos les tienen miedo. Pero no fue de una manera cínica. Sentí que le pesaba esa fama. El me pidió disculpas por su actuar. Me explicó que son seres humanos y que cometen errores, pero que no todos son como cree la gente. Que ellos tratan de limpiar su imagen. Que son de los buenos. Es difícil creerle en este mundo donde todos dicen ser de los buenos y nadie se reconoce como malo. Sin embargo, decidí creerle. Mi disculpe también por mi comportamiento y nos despedimos sintiendo respeto uno por el otro.
     De regresó a mi casa, sentía un gran placer por haberme salido con la mía. Pero logré más que eso. Aprendí. Tuve la oportunidad de reflexionar y conocer muchas cosas sobre mí y sobre toda esta problemática que nunca había llamado tanto mi atención. Yo me considero un ciudadano respetuoso de las leyes. Si me detienen por hablar por celular mientras conduzco o porque me pasé un semáforo en rojo, me da mucho coraje, pero no protesto. Acepto las consecuencias de mis actos. Por lo tanto, tengo la obligación de exigir mis derechos a la hora de sentirme abusado por su autoridad. Hay que conocer bien las leyes que nos rigen y usarlas de la manera correcta, no tratar de saltárselas. Porque, eso sí, mucha gente pide justicia, hasta por situaciones que no le incumben, pero a la hora de tratarse de ellos piden comprensión y clemencia.
     Es un círculo vicioso que tiene que cerrarse. Como dicen por ahí, es corrupto tanto el que da como el que recibe. No podemos exigir un país libre de corrupción cuando somos parte del sistema. Estoy de acuerdo con las exigencias que se le hacen a las autoridades, porque les falta mucho por cumplir a los ciudadanos; sin embargo, antes de pedirles, preguntémonos, ¿qué podemos hacer desde nuestra postura como parte de esta sociedad para mejorar las condiciones de nuestra ciudad, de nuestro estado, de nuestro país? Sería un ejercicio muy interesante y, seguramente, encontraríamos muchas cosas por hacer.
     Empecemos con conocer nuestros derechos, pero también nuestras obligaciones. Señalar los errores de la administración pública y exigir que hagan bien su trabajo, pero también aceptar cuando hemos cometido un error y afrontar el castigo. O mejor aún, hacer lo correcto y, así, evitar problemas.
     En mi caso la historia tuvo un final feliz. Lamento que no haya sido así en algunos casos. Entiendo el miedo que se tiene al enfrentar a los que nos gobiernan, aunque se tenga la razón en la mano. A veces por apatía, a veces por conformismo, pero muchas más veces por miedo. Yo tuve miedo y creo que no estoy curado, literalmente, de espantos. Algo me hizo permanecer ahí y enfrentarme. Una vez que todo empezó, ya no había vuelta atrás. Quizás mi orgullo, a lo mejor mis sentimientos de justicia reprimidos, o probablemente porque quería algo de acción. Lo más seguro es que un poco de las tres cosas. Sin embargo, no me arrepiento de haberlo hecho. Sólo actuando, de la manera correcta, se pueden lograr grandes cambios.

P. D. Este artículo no favorece a ningún partido político ni es para afectar a otro. No tiene ningún tinte político. La política no es un tema del que me guste tratar. Simplemente es un escrito de conciencia ciudadana.

   

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