martes, 4 de septiembre de 2012

Sincronía del Sueños colectivos.


Sincronía del Sueños colectivos.

Por Hilda Sotelo.
Así como un día se cuela la palabra desfigurada también la figurada tiene su oportunidad. Dice Carl Gustav Jung que en el subconsciente está la alquimia. No importa que tan plagado haya estado el camino de tonterías destructoras, éstas, forman parte del doloroso pasado, aquí la fórmula fue, dejar de amar al sufrimiento, aniquilar la víctima y
trabajar. Lo que lees a continuación es parte de la presentación de la novela Sueños colectivos del autor Fausto Lozano. -Yo al principio me identificaba con Jacobo, de hecho era yo. Pero no, años más tarde creo que soy Marlon, no sé en realidad-. Me dijo Fausto mientras fumaba y disfrutaba un helado de fresa en el consultorio de Agueda que más bien parecía el Starbucks de la Gomez Morín. Jacobo se asomaba tierno, tímido e inseguro gritaba a la distancia tan lejos que ya habían pasado 18 años. Ahora debería observar sus obras, el bastón de antaño lo acompañaba al igual que la mueca sacerdotal. Del contorno de sus mejillas resaltaba la seguridad de mando. No, aquella noche yo no hablaba con Jacobo, el jovencito había quedado plasmado entre las letras de quien sigue las pistas hacia la verdad y el rescate de Sara. Pág. 55 Jacobo abría y cerraba el entrecejo mientras luchaba por no ser descubierto. Pasadas las horas y ante la seguridad de saber que el otro era él mismo, apuró el tiempo. Entregó su confianza a La Gran Red que cedía para acomodarse en el próximo tiraje de Sueños colectivos. Ángel Torres sucistaba los enlaces, el tiempo apremia, decía. Las voces del silencio nos esperan. El olor a tierra de lluvia próxima afirmaba la entrada al todo. Cualidad primordial de un narrador que al observar constante y minucioso el transcurrir del momento obtiene una acaparadora visión, atrapa las imágenes y las pide prestadas al lóbulo derecho, emplea un material moldeable y hábilmente traza una telaraña confesora. Él no es ladrón de psiques, tiene el Don del narrador. Sus inexorables virtudes y futuro prometedor pueden más que cualquier espectáculo de la ilusión. Marlon lo sabe ahora. En Sueños colectivos fueron ocho personajes pero en realidad fuimos todos y todas las combinaciones de números posibles. Dentro y fuera de la trama los amigos de la preparatoria se reúnen, sus dolores, sus deseos, anhelos, conflictos, formas, y sueños son puestos en constante riesgo, juegan. Siguen al niño. Fausto Lozano los ha llevado a recorrer los lúgubres laberintos de la mente y en un juego único, desarrollan escenas duales. El antagonismo es propio de los humanos, los héroes podemos ser cada uno, y en alguna de nuestros planos astrales están sin duda las instrucciones individuales. Los villanos cada vez son menos. El juego Sueños colectivos tiene reglas y éstas deben obedecerse. Al igual que en la literatura. No así en las presentaciones de libros donde ahora carecemos de aburridos análisis y criticas castrantes. Brincamos en aparente torpeza como la locura desenfrenada de nuestro máximo guía Don Quijote. Redundamos en tratamientos seguros para ser ampliamente comprendidos, imitamos irremediablemente a nuestros antecesores y en nuestro tablero reverencial está Borges, Quiroga, Edgar Allan Poe, Carlos Fuentes, entre otros. Y podrían estar también la sobresaturación de espejos mayas, nada de juegos. Al momento de escribir el ambiente se debe tornar serio, disciplinado, metódico. La idea de traducir sueños suele ser descabellada, oscura. Ponerlos a jugar, imponerles reglas, darles claro seguimiento sin artificios, ni costumbres apolilladas de ya casi desaparecidos escritores es agotador. Fausto Lozano lo ha hecho a su estilo y juventud. En Sueños colectivos, la mujer que da a luz siendo anciana queda atrapada en estado de coma, su nombre, Sara. La otra Sara, la que ahora tiene oportunidad de leer se encuentra dormida encima de un escritorio negro, descansa entre las hojas dentro de una carpeta azul, ella llora al regresar y descubrir a sus progenitores. Los Mayas. Sara en tormentosa agonía de saberse encarcelada, abre el lazo de amor que motiva a sus compañeros a regresar una y otra y otra y hasta siete veces y otra al peligroso juego hasta lograr su objetivo, despertar a todas las Saras de la historia. La mujer dormida debe dar a luz, ya es tiempo. Las maldiciones que le fueron impuestas a Agueda, la psicóloga, ya no la alcanzan, la obsesión por la fama y el psicoanálisis Froidiano la absorbió un demonio hechizo, joven pero de cuidado. Los vampiros hicieron lo suyo mientras prometían un castillo. El fuego, la nieve experimental, el agua, los ángeles, el terremoto, las rosas de oro, la muñeca en flor, la que sólo se atreve a ser humana en las otras dimensiones, eximen tanto al narrador como a los personajes de catástrofes reales. Todo inicia en un sueño, sí. Dice Fausto- Los primero capítulos los soñé, después no supe más. Me detuve por un tiempo, ya se trataba de literatura fantástica. Una novela, una historia que contar, por mí, empleando elementos retóricos propios de la fantasía, aunque la ciencia esté a punto de asegurar que entre los sueños y la realidad hay un claro enlace y que los viajes astrales existen para la literatura seguirá siendo ficción. Soy escritor. Las letras es lo mío