sábado, 5 de noviembre de 2016

IGNOTUM (Décima cuarta entrega)

           
         Esperaban ansiosos en el muelle. El barco que los desplazaría hacía su primer destino aún no había llegado. Abdiel había reunido a los hijos de los empresarios que como él perdieron a sus padres, a causa de Ignotum. Estaba con Edna, Pedro y Cora. También se había unido a la travesía Uriel. Fue el último en enterarse de todo lo que los rodeaba, pero al conocer la verdadera causa de la muerte de su padre, decidió vengarse.
– No vendrá – insistía Edna, al ver a Abdiel ansioso –. Artemisa no tiene nada que hacer aquí. Recuerda que es hija del asesino de nuestros padres.
– ¡Ya basta Edna! – Protestó – Artemisa no tiene la culpa.
Abdiel se alejó. Miró su reloj y no perdió la esperanza. Alceo le había dicho que mientras más personas fueran al viaje mejor. “Todos morirán, excepto uno”, le advirtió Alceo. Se habían enterado y aun así aceptaron. No les importaba perder la vida a cambio de su venganza. Además, todos tenían la esperanza de ganar. Eran cinco ya, con Artemisa serían seis. El número que Alceo había recomendado. No sólo por eso Abdiel la esperaba con ansias; quería incluso morir con ella antes que perderla.
            La llave que sostenía en la mano, empezaba a quemarle. Sabía su valía y su significado y de una manera le temía. Alceo se la había confiado. “Con esta llave abrirán el cofre que le dará el acceso al elegido al mundo de los muertos”, le dijo el espectro. La llave serviría de recipiente de la energía de las almas que se fueran liberando por el camino. De los que mueran. “Sólo uno lo logrará”, se recordaba Abdiel a cada momento. La energía acumulada de, al menos, cinco almas le daría el poder a la llave de abrir el cofre.
– ¿Qué pasará cuando “el elegido” entre al mundo de los muertos? – recordó Abdiel su más reciente encuentro con Alceo.
– Tendrá que reunir al grupo original que abrió el portal – explicó Alceo –. El conjuro debe hacerse desde allá para volver todo a la normalidad. Para eso necesitamos a Bernardo y Santiago Medellín y a Agustín Soriano.
– ¿Qué pasará con Marcial Peniche? – Preguntó Abdiel – Él también es parte de ese círculo.
– De eso yo me encargo – sonrió –. Tú ocúpate de pasar el mensaje.
Abdiel había hecho mucho daño en su lucha contra Ignotum. No justificaba sus acciones. Matar a Mauro lo había marcado. No pisó la cárcel. Todos los que estaban ahí con él y Artemisa lo habían ayudado a cubrir el crimen. No habían dejado rastro. Podría ser el asesino de cualquiera de esos que lo ayudaron. Incluso de Artemisa. Sobre todo de Artemisa. Podrían matarlo a él. Artemisa podría matarlo a él. Todo por la misión. No era suficiente para el miedo que vivía.
Artemisa llegó muy decidida y pronto embarcaron. El mapa para la entrada al mundo de los muertos era confuso, pero Abdiel estaba seguro que lo había interpretado bien. Lo repetía una y otra vez. Tenía miedo de ser el primero en morir y que los demás se perdieran. La seguridad de Artemisa le asustaba, pero al mismo tiempo lo disfrutaba. “Será ella”, se decía enamorado. Si fuera ella, viviría. Sabían que “el elegido” regresaría al mundo de los vivos al cumplir el objetivo.
Alceo los miró partir desde las sombras. Sonrió satisfecho. Aún le faltaba trabajo por hacer antes de unirse al que resultara vencedor. Utilizó su magia y se transportó. Era un lugar lúgubre, lleno de ratas y basura. No pretendía llegar hasta ahí, tan sólo se conectó con otro ser espiritual. Sabía que Becker había entrado al mundo de los vivos. No sería grato, pero tenía que verlo.
Becker se alimentaba con el alma de un mendigo en estado de ebriedad. Las fuerzas se le iban a cada momento. Necesitaba encontrar un alma más fuerte. Necesitaba a Marcial Peniche. Alceo lo observaba. Era patético, pero lo necesitaba. Se acercó cuando Becker terminó. Recuperaba fuerza. Continuaba siendo Antón para el mundo. Eso le convenía por el momento.
– ¿Qué haces aquí? – preguntó Becker al sentir la presencia de Alceo.
– He venido a ayudarte – sonrió.
– ¿Ayudarme? La última vez que nos vimos intentabas matarme.
– Todo cambia, hasta los espíritus. El asunto es que te necesito y me necesitas.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?
– Porque queremos lo mismo. El alma de Marcial Peniche.

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