domingo, 29 de mayo de 2011

El refugio

De pronto me sentí saturado, demasiado sobreexpuesto al mundo de lo “real” de que siempre trataba de escapar. Era como si mi dosis de socialización estuviera cubierta y me hubiera excedido por la ansiedad del deseo de pertenecer. No lo soportaba más, necesitaba estar solo y fuera de ese universo de convencionalismos y ritos constantes.
Mi naturaleza de ermitaño se imponía a esa parte que disfruta de las relaciones humanas. No puedo negar que soy las dos personas, sin embargo había abandonado por mucho tiempo a ese “yo” interno que suplicaba atención. A diferencia de la mayoría, el estar conmigo es uno de los más grandes placeres y una carga de energía que posibilita mi trato en armonía con los demás. Me llamaba a mí mismo y lo más irónico es que no me escuchaba.
Era difícil encontrar un sitio que no le perteneciera a nadie, donde el único habitante fuera yo. Los espacios se me hacían reducidos y las habitaciones demasiado impersonales, incluso la propia. Ya no quería hablar por un buen tiempo, me negaba la palabra oral y decidí que mi único medio de comunicación sería por medía de lo escrito. El romance que tengo con las letras desde muy temprana edad, ha sido un aliado en esos momentos de liberación y de nuevo recurrí a ellas.
No fue suficiente. Algo faltaba para fortalecer ese encierro que necesitaba. Esa comunión conmigo mismo que buscaba con desesperación. Entonces me recosté debajo de mi cama y ahí permanecí por unos minutos. Funcionó en primera instancia, pero ese placer fue vago y la paz se fue. Estuve a punto de salirme, cuando cerré los ojos y miré a mis adentros.
Ahí estaba el refugio que tanto había buscado.  Fue un viaje al que no llevaría equipaje, pues todo lo que necesitaba estaba en el sitio al cual me dirigía. Estaba dentro de mí y respiré ese aire cuyo aroma es difícil de describir de manera literal, pues se tiene que experimentar para conocerlo en plenitud.
No sé si volé o simplemente caminaba, pero me transportaba tan suavemente que no sentía la fuerza en los músculos. La andanza fue breve, hasta que llegué a un espacio que no reconocí, pero sabía que era mío al sentir esa conexión conmigo y ahí permanecí por mucho tiempo.

sábado, 28 de mayo de 2011

El hombre rana

        Recuerdo las tardes de verano en la playa cuando el abuelo contaba sus historias de juventud. Para nosotros era un sueño que nos teletransportaba a la fantasía de un mundo "irreal" donde se carecía de los avances tecnológicos que ahora tenemos.

      Durante su adolescencia, todas las tardes, el abuelo acudía con sus amigos al parque hundido de Tizimín, después de haber ayudado a su padre con los cultivos y el arado.Era como una especie de rito y premio a la vez para los jóvenes que habían cumplido con sus labores.

      Habían escuchado más de una vez, sobre el extraño ser que se aparecía en la aguada de aquel sitio, pero  la irracionalidad que les proporcionaba la juventud, los escudaba de cualquier peligro. Se hacían bromas entre ellos continuamente, y ya a alguno de ellos se le había ocurrido meterse en la aguada y salir imitando al monstruo para asustar. Sin embargo, en realidad no conocían la forma del aquel ser.

     "Fue aquella tarde", narraba el abuelo. "Ramón era el  más rebelde de todos, ya nos había gastado varias bromas y ya no le creíamos. Pero en aquella ocasión, su cara lucía tan pálida que nos sorprendió. Corrimos apresurados a descubrir lo que le había impactado".

     La descripción de aquel monstruo que hacía mi abuelo contenían algunas malas palabras y otras en lengua maya que es difícil traducir, pero lo que él indicaba es que sobre la orilla de la aguada se encontraba un hombre en posición de rana. Carecía de cabello y vellos en el cuerpo y su piel era completamente blanca.

     Nos miraba con un odio profundo a través de sus ojos rojos y nos petrificó. No emitió sonido alguno, pero observó su hábitat contaminado por los lugareños y entendimos su molestia. Mi abuelo indica que él y dos de sus amigos más intentaron limpiar la zona más cercana a ellos sin acercarse al monstruo, pero al hacerlo aquel ser empezó a aproximarse  a ellos. Huyeron despavoridos y uno de ellos recibió un golpe en la cabeza con una piedra que el monstruo había lanzado.

     Después de ese día, las tardes en la aguada no se volvieron a repetir para mi abuelo y sus amigos. Trataron de alertar a los demás sobre las exigencias del monstruo sobre la higiene del parque, pero estaba tan desprestigiada la versión del ser de la aguada, que nadie los tomó en serio, hasta que un día la aguada se secó.

* Cuento basado en un relato de la tradición oral.