Cora
esperaba ansiosa al píe de la escalera. Su vestido le cubría apenas arriba de
la rodilla. Se mordía las uñas y se jugueteaba sus rizos. En su rostro aún se
percibía la tristeza. Ella era la hija de uno de los empresarios que habían
fallecido víctimas de Ignotum. Había permanecido encerrada todo ese tiempo en
su habitación; sin embargo, Artemisa la había obligada a salir.
Apenas
tenía 21 años y estudiaba el séptimo semestre de la Ingeniera en Sistemas.
Aunque sus conocimientos eran más producto de la experimentación. Era una
talentosa hacker, aunque sus habilidades las había usado para cosas simples,
sin importancia, que las autoridades se hubieran sentido ridículos al
tipificarlas como delitos.
Artemisa
tocó la puerta con insistencia. Cora pensó dos veces antes de abrir, pero sabía
que tenía que ser ella. No estaba sola. La acompañaba un joven apuesto, a quien
Artemisa se lo presentó como Mauro. Ella sólo se sonrojó. No le dio tiempo ni
de sonreír. En unos segundos tenía enfrente una computadora.
–
El virus – indicó Artemisa –. ¡Sácalo de ahí!
No
dijo más. Cora se avocó a la computadora, como atraída magnéticamente. Buscó y
rebuscó. Exploró en lo más profundo de la web y no detectó el origen del
sistema de Ignotum. No se rindió, lo intentó una y otra vez. Nunca había sido
vencida y su orgullo le impedía doblegarse.
Mauro observaba impaciente.
Intentaba sonreír cuando Artemisa lo miraba, pero estaba perturbado y con poca
energía. Esa noche, después de que colgó con Artemisa, esperó que le devolviera
la llamada. Primero fue un trago, luego dos, hasta que se convirtieron en
cinco. No estaba ebrio, apenas empezaba a sentir los efectos del alcohol. Se
sentía en sus cinco sentidos.
Mientras se lavaba la cara, vio a
través del espejo a un hombre que tenía casi todo el rostro cubierto con una
capucha. No se asustó tanto. Creyó confundir las sombras. Cerró los ojos. Al
volver a abrirlos, seguía ahí. Volteó ahora sí con miedo y lo enfrentó. Parecía
sonreír, pero no intentaba hablar. Era como su sombra. Lo seguía a todas
partes. Quería huir, pero siempre se lo volvía a encontrar. Se desesperó e
intentó a acostumbrarse, pero fue imposible. Sonó su celular. Era Artemisa.
–
Artemisa, ¡tienes que ayudarme! – suplicó.
Mauro y Artemisa tuvieron una
relación dos años atrás. Ella era mucho menor, pero no importó mucho. La
distancia los separó. Mauro se fue a estudiar al extranjero y a su regreso,
Artemisa ya estaba con Abdiel; sin embargo, permanecían en contacto y seguían
siendo amigos. En sus momentos de soledad, Artemisa decidió compartirle todo
sobre la muerte de su padre, incluida la existencia de Ignotum. Mauro no creyó,
hasta que lo vivió.
Llamó una vez. Artemisa no pudo
responderle. Cuando le devolvió la llamada, un ser oscuro estaba en frente de
él. “Es la muerte”, se decía a sí mismo. Le platicó a Artemisa lo que le había
hecho a Félix. Mauro sentía que corría peligro. Fue entonces cuando Artemisa
pensó en Cora. Además de una excelente hacker, su padre había sido víctima del
virus Ignotum. Cora fue la única que no culpó a Artemisa, por las acciones de
su padre Bernardo; sin embargo, sabía que no le era indiferente a la venganza y
podía destruir al virus.
Mauro salió de su departamento con
su laptop sobre el pecho. La sombra lo seguía. Quiso ignorarlo lo que pudo,
pero era difícil. Podía no verlo, pero lo peor era sentir esa energía negativa
que le consumía el alma. Lo siguió hasta que se encontró con Artemisa en la
casa de Cora. Lo siguió hasta adentro. Aún estaba con él en la casa.
–
Si no lo eliminas pronto, – antepuso Artemisa –. Lo absorberá hasta quedarse
con su alma.
Cora
veía consumirse a Mauro y lo lamentaba. Hizo más intentos. Usó todos sus
recursos, pero ninguno funcionaba.
–
Algo falla – advirtió Cora.
El
ruido de la puerta abriéndose estrepitosamente entorpeció su concentración. Era
Abdiel seguido por Pedro. Abdiel estaba muy alterado y sostenía una pistola.
Era amenazante, pero iba sobre Mauro.
–
Él es la falla.
Diciendo
esto, Abdiel disparó sin compasión contra Mauro. Mauro cayó al piso con las
pocas fuerzas que le quedaban y su muerte fue casi instantánea. El virus se
eliminó y la sombra desapareció.
IGNOTUM (Novena entrega)
IGNOTUM (Décima entrega)
IGNOTUM (Décima segunda entrega)
IGNOTUM (Décima tercera entrega)
IGNOTUM (Décima entrega)
IGNOTUM (Décima segunda entrega)
IGNOTUM (Décima tercera entrega)
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