Faltaba poco para su discurso de
cierre de campaña. Habían sido dos meses de arduo trabajo, que estaban a punto
de cerrar exitosamente según la perspectiva del candidato Marcial Peniche. Por
desgracia, las encuestas no le favorecían. En ninguna había resultado el
posible ganador, pero estaba seguro de su triunfo, por el as en la manga que se
guardaba para el último momento.
Marcial, hombre de cuarenta y tantos
años, estaba cómodamente sentado en el sillón grande de su despacho. Sostenía
un cigarro en la mano y encendía uno detrás de otro. No estaba tranquilo. Lo
que iba a hacer, no le agradaba del todo, pero había llegado demasiado lejos para
detenerse. Después de todo, él fue el principal precursor de la creación del
virus Ignotum.
Fue casi al inicio de la campaña. El
desánimo impregnaba en todos los integrantes del partido. Los resultados del
primer sondeo eran demasiado bajos. No había esperanza de ganar la elección.
Marcial había insistido mucho en su postulación, les prometía el éxito y todos
creyeron en él, pero en ese momento se sentían decepcionados.
Se consideró cambiar de candidato,
pero las reglas no lo permitían a esas alturas y menos por las circunstancias
que manifestaban: un participante débil y sin posibilidades. Las inversiones
fueron retiradas casi en su totalidad y se dieron por vencidos mucho antes de
la elección. Excepto Marcial Peniche. No se rindió.
Sus posibilidades en el mundo
natural eran nulas; así que decidió explorar en el mundo sobrenatural: acudió a
la magia negra. Había escuchado muchas leyendas de sus abuelos, acerca de los
poderes oscuros, para el cuál no había límites, pero si consecuencias. Marcial
decidió arriesgarse. Todo antes de perder.
Acudió a varios brujos y la mayoría
se negaba a sus planes. Hasta que encontró a Átalo. Un hechicero poderoso y sin
escrúpulos que estaba dispuesto a todo por dinero. Átalo aceptó de inmediato
por la cantidad que le ofrecieron e inicio el proceso. El principal
ingrediente: la ambición.
Átalo le explicó que el hechizo de
la ambición era muy efectivo, pero para eso se necesitaría del deseo de
sobresalir y anteponerse ante sus rivales de cuatro personas. Así que se reunió
con Don Bernardo, el empresario, y aceptó el plan. Pronto se unieron Agustín,
el pintor, y Santiago, el futbolista. Lo único que no les dijo, es que ellos
tres tenían que morir para que el conjuro se cumpliera. El único sobreviviente,
al final del proceso, sería Marcial, para convertirse en el gobernador de su
Estado.
Marcial cerró su mente a los
recuerdos. El lanzamiento del hechizo había sido impactante para los cuatro,
pero había sido efectivo. No quiso vivir de nuevo ese momento y se detuvo en
sus pensamientos. Faltaban cinco minutos para su discurso. Sólo tenía que
apretar el botón para liberar Ignotum y acabar sus contrincantes. Él no
moriría, Átalo se lo había garantizado; sin embargo, el virus quedaría a merced
del mundo y no habría poder humano que lo detuviera. Cualquiera que tuviera
acceso al archivo, podría usarlo y acabar con sus enemigos.
Se puso de píe y se acercó a su
computadora. Tan sólo tendría que apretar y su oportunidad para convertirse en
el ganador de la elección sería un hecho. Sería imposible que los
tres partidos contrincantes se recuperaran después del fallecimiento de sus
candidatos. Estaba a punto de hacerlo, cuando fue interrumpido.
–
Tiene que detener esto – exigió Abdiel, quien entró intempestivamente en compañía
de Artemisa y Pedro.
El
asistente de Marcial Peniche entró detrás de los intrusos. Se disculpó con su
exigente jefe y explicó que no los pudo detener, esperando el regaño
respectivo. No obstante, Marcial lo ignoró y se concentró en sus visitantes
inesperados. Sonrío cínicamente y apretó el botón que liberaba el virus
Ignotum.
–
Demasiado tarde – disfrutó Marcial –. El plan está cumplido.
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