viernes, 30 de septiembre de 2016

IGNOTUM (Décima entrega)

          Las fotografías estaban sobre la mesa. Mauro estaba orgulloso de su trabajo y consideraba sólo un trámite la revisión. El dueño de la agencia publicitaria estaba a punto de dar su aprobación, cuando llegó Félix, un fotógrafo de recién ingreso en la empresa. Sus fotografías impactaron al director y prefirió usar las de Félix para la nueva campaña.
            Mauro recogió su portafolios, tratando de que no se notara su frustración y coraje por el fracaso. Sonrió, poniendo en su rostro toda la energía positiva que le quedaba y salió. Todavía no era la hora del fin de su jornada laboral, pero ya no podía estar más ahí. Caminó lleno de furia por las calles. No podía hacer nada para evitar lo que le estaba pasando.
            Llevaba cinco años trabajando para la misma empresa. En ese tiempo se había colocado como uno de los mejores fotógrafos de la ciudad, a pesar de tan sólo tener 28 años. Sin embargo, desde que Félix había aparecido, le había quitado los trabajos más relevantes de la agencia. No parecía hacerlo con mala intención. Había sido decisión del director ponerlos a competir en cada proyecto. En realidad, Félix era mejor y era algo que Mauro no podía soportar.
            Se detuvo en un puesto de periódicos y se clavó en una nota. Los rumores se habían esparcido, después del triunfo de Marcial Peniche. Unos decían que había tenido ayuda del más allá. Había hasta los que aseguraban que había hecho un pacto con el diablo. Los más acertados suponían que había tenido algún contacto con el virus Ignotum y eso había eliminado a sus contrincantes para ganar la elección. Por desgracia, todos estos debates y discusiones se habían generado por las redes sociales y medios de comunicación, después del triunfo de Marcial. Ya no había nada que hacer y era ocioso especular.
            Sin embargo, Mauro estaba desesperado y dispuesto a creer en todo. Llegó a su departamento y se conectó casi por instinto a la Internet. Trató de distraerse fisgoneando en la vida privada de los demás, a través de las redes sociales, pero no lo satisfacía. Una ventana se abría a cada rato. Era inútil cerrarla, se tardaba más en apretar la “x” para que se fuera que en que volviera a aparecer. Decidió ignorarlo un rato, hasta que por error le dio abrir al archivo. Era un enlace al virus Ignotum. Había escuchado sobre lo que decían que le pasaba a los que activaban el virus. No obstante, Marcial Peniche, de quien acusaban de usarlo, aún seguía vivo. Así que decidió arriesgarse. Prefería la muerte al fracaso.
Descargó el archivo y con un mensaje cordial e inofensivo lo envió al correo de Félix en carácter de urgente. Esperó resultados por horas. Miraba su celular a cada rato. Ninguna llamada, ningún mensaje y ningún correo electrónico. Vaciló un poco por las redes, hasta que se quedó dormido, pensando que todo se trataba de una mala broma.
            En sus sueños era grande, el mejor. No había alguien que se le compare. No sólo en la ciudad, sino en el mundo. Estaba en una convención y todos le aplaudían. Los aplausos se confundieron con el sonido del celular en la realidad y despertó un poco aturdido. Miró la hora y eran las ocho de la mañana. Era de la oficina, reclamándolo para un trabajo que supuestamente Félix cubriría.
– Félix está muerto – dijo perturbada la voz al otro lado de la línea –. Inexplicablemente hoy amaneció sin vida. Parece que fue un paro cardiaco. Lástima, tan joven y talentoso.
Mauro se perturbó. Prometió ir en cuanto pudiera y colgó de inmediato. Temió por su vida. Revisó con más interés las leyendas de Internet y si la maldición se cumplía él se suicidaría en breve. Tuvo miedo, pero no el suficiente. Se dio un baño y salió apresurado a la oficina. Celebró con una sonrisa su triunfo y decidió aprovechar la oportunidad que se le daba sin Félix en su camino.
La oficina laboró todo el día de manera normal. Sin que la muerte de Félix afectara en el ambiente. Había estado muy poco tiempo, no se le extrañaría mucho. Sin embargo, Mauro sentía un placer culposo con su ausencia. Llegó por la noche a su casa y seguía de píe. Al menos en él no se había cumplido la maldición o, quizás el daño ya estaba reparado. No podía celebrar, necesitaba estar seguro. Tomó su celular y buscó un número en su agenda. Marcó y esperó un poco hasta que escuchó una voz femenina.

– ¿Artemisa? – le cuestionó.












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martes, 27 de septiembre de 2016

Estamos de paro


   
     Hace algún tiempo, por alguna razón que ni siquiera recuerdo, tuve la necesidad de pedir un taxi del Frente Único de Trabajadores del Volante (FUTV) para transportarme a la terminal camionera. La señorita, que ni siquiera se esforzaba en ser amable, me dijo que mi servicio llegaría de 30 a 45 minutos. El resultado fue que llegó más tarde de lo que me plantearon y ya no alcancé el camión; pero eso sí, cobró el servicio como si hubiera tenido una buena actitud todo el camino y hubiera cumplido con su trabajo.
    Hace poco, en los tiempos de UBER, tuve la misma necesidad. Sin embargo, en ese ocasión, tomé mi celular, abrí la aplicación y en seis minutos estaba un conductor de UBER en la puerta de mi casa. Llegué a tiempo a mi destino, el trato fue amable y hasta surgió una plática interesante. Además las tarifas son más bajas y las unidades tienen que cubrir un alto estándar de calidad y comodidad. Ahora me pregunto, ¿usted cuál de los dos servicios preferiría? Por supuesto. Eso pensaron muchos usuarios. 
     En el mundo de los negocios, cuando un nuevo competidor intenta ganarse el mercado, una empresa debe replantear su estrategia, fortalecer su ventaja competitiva e ir a la guerra; pero todo dentro del mundo de la mercadotecnia. Eso enriquece a ambas empresas y el principal beneficiado es el consumidor. Sin embargo, en nuestra realidad, donde el usuario es lo de menos, el FUTV hace un paro, con la petición de que UBER se vaya de sus "dominios". Eso tendría sentido, si viviéramos en la Edad Media.
     Los meridanos vivimos en una ciudad donde impera el mal servicio al cliente y, si alguien opina lo contrario, es porque no conoce como debe tratarse a un consumidor. Nos hemos acostumbrado a que en algunas empresas, muchas de ellas franquicias y prestigiosas, nos traten como si nos hicieran un favor y fuera un honor para nosotros que ellos nos atendieran. En este contexto, cuando una compañía entra y ofrece una mejor atención y, sobre todo, a menor costo, es normal que el  interés de los usuarios se vaya hacia los nuevos. A todos nos gusta que nos traten bien y cansa un mal servicio. Y, por si no fuera demasiado obvio, evidenció, aún más, el mediocre servicio de la FUTV, controlado por el sindicalismo y patrocinado por partidos políticos, a los que ya le deben varias elecciones y ahora se las están cobrando.
     Aquí lo que menos importa es el servicio. Convocan a un paro, perjudicando a los clientes a los que dicen proteger, para exigir un territorio que creen que les pertenece por derecho. Es de entenderse el enojo; muchos de ellos o sus patrones pagaron una cantidad más allá de lo legal para tener las placas y los permisos correspondientes. Sin embargo, la lucha no está contra la competencia, sino contra la corrupción que controla esos sistemas; la solución no es amenazar ni mucho menos golpear a los que ejecutan un trabajo honesto y dentro de los estatutos de la empresa que representan.
     Es un hecho que el servicio de UBER tiene sus detalles, pero la diferencia es que si parece escuchar a la ciudadanía. La soberbia de FUTV es sorprendente, al grado de sentirse imprescindibles. La estrategia parece haber fallado, ya que muchas compañías de transporte, incluido el Ayuntamiento, ofrecieron hacer los traslados para los más necesitados.  De esto se trata los negocios, de aprovechar las oportunidades y lograr un buen impacto a los clientes. Es difícil pedirle esto a un sindicato que nunca tuvo esa necesidad. Vivían en el monopolio y los sacaron de su reinado. Ahora esperaremos atentamente las respuestas y los dimes y diretes, porque esta guerra aún no termina, y el botín a ganar son los clientes, a la buena o a la mala.
     

viernes, 23 de septiembre de 2016

IGNOTUM (Novena entrega)


      Uno a uno desfallecieron y murieron los candidatos. Excepto Marcial Peniche. Él vivía y, tal como lo esperaba, se había convertido en el favorito de la contienda. ¿Quién si no? Era el único con el que la gente estaba familiarizado. Conmovió a todos al mostrarse devastado por la muerte de sus contrincantes. Incluso, amenazó con renunciar. No obstante, la opinión pública lo impidió. Ahora, todos lo querían.
            Marcial celebraba su victoria, aun sin obtenerla. Con una copa en una mano y un puro en la otra, dentro del silencio de su despacho, se puso a meditar. Recordó, con cierto nerviosismo, las palabras de Átalo: “Cuatro hombres tienen que activar el hechizo, tres de ellos morirán y uno vivirá. Ése es el precio”. Marcial, no quería involucrar a alguien cercano o familiar. Era algo que no soportaría su conciencia. Entonces, pensó en Don Bernardo. Fue uno de los empresarios que retiró su inversión ante lo primeros resultados negativos. Eso lo facilitaría. Le podría llamar venganza.
No fue difícil convencerlo. Don Bernardo tenía sus propios rivales. “Tú acabas con tus enemigos y yo con los míos”, le aseguró Marcial. Don Bernardo aceptó gustoso. Sin embargo, no le mencionó que iba a morir; tampoco se lo dijo a Santiago y ni a Agustín, cuando Bernardo los invitó a unirse. Estaban engañados, ambos aceptaron cegados por la confianza en Don Bernardo. Agustín por una amistad de muchos años y Santiago por ser de la familia. Entonces, se reunieron los cuatro para efectuar el procedimiento.
Marcial, Santiago, Bernardo y Agustín formaron un círculo y se tomaron de la mano para cerrarlo. Átalo decía muchas palabras en dialectos que no podían entender; sin embargo, por sus expresiones y lo fría que se ponía la habitación, no parecía una presencia santa. Se percibía el fuego del infierno a pocos metros. Sus cuerpos resintieron un desprendimiento y, de pronto, los cubría una energía oscura. Era la ambición en su máxima expresión. Después de que Átalo culminó con sus predicamentos, la energía los poseyó y la primera fase del conjuro, había culminado.
            No hubo discusión para saber quién sería el que insertaría el virus Ignotum en las redes. Desde el principio se señaló a Marcial. “Es lo natural”, dijeron todos, “él es quien nos ha traído hasta aquí para liberarnos de la competencia”. Sin embargo, Marcial lo hacía por una razón más importante. Sabía que el que activara el virus, sería el único que se saldría con la suya. Así que aprovechó su oportunidad. Con una mano, tomó el módem de la red y con la otra una tableta. En realidad, cualquier dispositivo que capte el Internet hubiera funcionado, pero era su objeto más útil como político.
            La pantalla se llenó de un humo negro. No podía escapar del cristal. Se concentró toda la energía en el centro y llegó un correo electrónico al buzón de entrada de cada uno.
– Está hecho – pronunció Átalo –. El orden de las activaciones, se ha definido pero lo desconocemos. Lo único seguro, es que Marcial será el último y ejecutar su acción, ya que fue el que lo activó y debe cerrar el círculo. Una vez que ha empezado todo, no tendrán posibilidad de retractarse. Todo llegará hasta el final que deba ser.

Todos celebraron el control absoluto de sus áreas. Sin nadie que los perturbe, sin nadie que se oponga. Todo el camino libre, para hacer de su mundo una utopía personal. No obstante, desconocían que también con sus enemigos se les iba la propia vida. Y así fue. Marcial brindó en silencio en recuerdo de todos los que ofrecieron su vida, de manera involuntaria, para que él obtuviera la victoria. Los resultados preliminares de la elección llegaron a sus manos. Lo había logrado. Marcial Peniche era el nuevo gobernador de su Estado y el virus Ignotum estaba a merced del mundo.









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martes, 20 de septiembre de 2016

Miedo a la Policía


   
     Esta es una historia basada en hechos reales, y no es una que me contara el primo de un amigo; la viví en persona. Sin embargo, estoy seguro que pudiera parecerse a algo que has vivido o conoces a alguien que ha pasado por algo similar. Los personajes y lugares quedan a disposición de los lectores, póngales como quieran, porque estoy seguro que muchos se identificarán conmigo. Mi nombre es Fausto Lozano Lara y le tengo miedo a la Policía.
     Hace algunas semanas iba de regreso a mi casa. Pasaba de la media noche y mi recorrido me obligaba a transitar por periférico. Esa madrugada en particular, quizá por tratarse de la temporada vacacional, había un retén que no era común. Los conos naranjas llamaron mi atención y me bajé la velocidad hasta el mínimo. No había tomado alcohol, venía de una actividad relacionada con mi trabajo; sin embargo, sentí miedo. ¿Miedo a qué? Simplemente a todo. 
     Tenía temor de tirar los conos, aunque suene irracional, porque normalmente no tengo problema para pasar en ese espacio. Era esa sensación que se vive cuando algo es más fuerte que tú y no confías en ti mismo, porque estás bajo control del miedo. Estaba nervioso. Miré atentamente y me concentré en el policía que parecía esperarme. Quería saber si me paraba o seguía. Era todo tan confuso. El movimiento de su mano con la linterna, era tan neutral que podía haber sido "adelante" o "espere". Yo elegí seguir, pensando estar en lo correcto, pero no era así. Algunos me han dicho que esa es la trampa.
     Apenas avancé un metro cuando escuché un grito, que no entendí, pero supuse que era para que me detuviera. Y ahí empezó todo. El agente, con intención de intimidar, alegó que me indicó que me detuviera y no respeté su señal. Yo expliqué que entendí mal, pero que no había huido. Alumbró mi coche como buscando un cadáver y mencionó la famosa revisión de rutina, que después me aclaró que lo correcto es decirles revisión preventiva, ¡Cómo si eso significara alguna diferencia!
     Me negué a bajarme, me negué a todo. Me negué por la misma razón que lo he hecho un par de veces atrás, porque representaría una violación a mis derechos como ciudadano. Una mala experiencia fue suficiente para aprender que lo que hacen es ilegal. Nuestro automóvil es una extensión de nuestro domicilio y la única manera de hacernos descender de él es con la orden de un juez. Claro existen diferentes circunstancias, hablo de la generalidad. Les invito a informarse sobre ese asunto. Conocer nuestros derechos nos protege de ese abuso de autoridad. El mismo comandante me reconoció en algún punto de la plática, que mucho de lo que ellos logran es porque los ciudadanos no conocen sus derechos. Pero esa noche, fue diferente para ellos.
     El sargento fue por su comandante cuando me negué a su "revisión". Esperé apenas un rato. Llegó el señor enfurecido y me repitió la misma cantaleta. De nuevo me negué. Pude haber cedido e irme sin problemas. Sin embargo, algo me decía que eso no estaba bien, que no era justo que se salieran con la suya y me traten como a un delincuente; que me intimiden y me metan miedo, uno de los miedos más fuertes que se sienten, porque ellos tienen el poder y uno lo puede perder todo. Pero ni ese miedo era tan grande como el cansancio que sentía de sus abusos y repetí que no. Había empezado una guerra.
     La respuesta del comandante fue cerrarme el paso con un antimotín de un lado y  una patrulla del otro. Abrieron el carril contiguo, para dejar pasar a los automóviles que se habían acumulado  ante mi resistencia. Tuve pánico, quizás terror, no estoy seguro. He visto tantas veces en las películas como las patrullas les cierran el paso a algún personaje. Ahora sé lo que se siente. Cerré mi ventana y fingí estar tranquilo, mientras sostenía mi celular en la mano. ¿A quién le hablaba? Sabía que cualquiera de mi familia o de mis amigos hubiera ido si estuviera en sus posibilidades, pero en realidad no hubieran podido hacer algo y sólo los hubiera preocupado. No conozco a abogados poderosos, ni políticos influyentes. Estaba solo. Éramos yo y mis convicciones. Apagué el motor. Esto iba a tardar.
     El comandante insistió en varios tonos hasta que le acertó y fue amable. Su petición era que  me pegara a la orilla, simplemente para platicar. La verdad lo dudé mucho. Yo no estaba seguro que significaría realmente "platicar". Sin embargo, decidí ceder y me moví por fin. Dijo la verdad. Antes me preguntó mi grado de estudios, como si tratara de medir con quien iba a tratar. Yo le dije maestría, entendiendo su intención. La conversación se dio de una forma más cordial. Le repetí que lo único que quería es que me dijera si había una razón para estar detenido o si había cometido algún delito; porque de otra forma tendría que dejarme ir y no tendría que ceder a sus peticiones. Tuve toda su atención y es cuando aproveché para sacar todo mi inconformidad, que ni yo sabía que tenía.
     Me mantuve en el tono amable y le dije que no nos deben tratar a los ciudadanos como delincuentes, nos sentimos juzgados aunque no hubiéramos cometido algún delito; le insistí que no fue correcto que me encerrara de esa manera. No lo ameritaba. Es cuando me salió la frase, que no conocía en mí: Le tengo miedo a la Policía. Muchos ciudadanos lo hacen. No nos sentimos seguros bajo su cuidado. ¡Como quieren que cuidemos a quien no lo hace! Ver en la calle una patrulla, sobre todo en medio de la noche, no significa sentirnos protegidos; sino intimidados, con el riesgo de ser abordados por ellos, aunque no hubiese razón. Mucha de la ciudadanía, de la honesta y trabajadora que son la mayoría, le tienen miedo a la Policía.
     El comandante simplemente bajó la mirada y me dijo que ya sabía que los ciudadanos les tienen miedo. Pero no fue de una manera cínica. Sentí que le pesaba esa fama. El me pidió disculpas por su actuar. Me explicó que son seres humanos y que cometen errores, pero que no todos son como cree la gente. Que ellos tratan de limpiar su imagen. Que son de los buenos. Es difícil creerle en este mundo donde todos dicen ser de los buenos y nadie se reconoce como malo. Sin embargo, decidí creerle. Mi disculpe también por mi comportamiento y nos despedimos sintiendo respeto uno por el otro.
     De regresó a mi casa, sentía un gran placer por haberme salido con la mía. Pero logré más que eso. Aprendí. Tuve la oportunidad de reflexionar y conocer muchas cosas sobre mí y sobre toda esta problemática que nunca había llamado tanto mi atención. Yo me considero un ciudadano respetuoso de las leyes. Si me detienen por hablar por celular mientras conduzco o porque me pasé un semáforo en rojo, me da mucho coraje, pero no protesto. Acepto las consecuencias de mis actos. Por lo tanto, tengo la obligación de exigir mis derechos a la hora de sentirme abusado por su autoridad. Hay que conocer bien las leyes que nos rigen y usarlas de la manera correcta, no tratar de saltárselas. Porque, eso sí, mucha gente pide justicia, hasta por situaciones que no le incumben, pero a la hora de tratarse de ellos piden comprensión y clemencia.
     Es un círculo vicioso que tiene que cerrarse. Como dicen por ahí, es corrupto tanto el que da como el que recibe. No podemos exigir un país libre de corrupción cuando somos parte del sistema. Estoy de acuerdo con las exigencias que se le hacen a las autoridades, porque les falta mucho por cumplir a los ciudadanos; sin embargo, antes de pedirles, preguntémonos, ¿qué podemos hacer desde nuestra postura como parte de esta sociedad para mejorar las condiciones de nuestra ciudad, de nuestro estado, de nuestro país? Sería un ejercicio muy interesante y, seguramente, encontraríamos muchas cosas por hacer.
     Empecemos con conocer nuestros derechos, pero también nuestras obligaciones. Señalar los errores de la administración pública y exigir que hagan bien su trabajo, pero también aceptar cuando hemos cometido un error y afrontar el castigo. O mejor aún, hacer lo correcto y, así, evitar problemas.
     En mi caso la historia tuvo un final feliz. Lamento que no haya sido así en algunos casos. Entiendo el miedo que se tiene al enfrentar a los que nos gobiernan, aunque se tenga la razón en la mano. A veces por apatía, a veces por conformismo, pero muchas más veces por miedo. Yo tuve miedo y creo que no estoy curado, literalmente, de espantos. Algo me hizo permanecer ahí y enfrentarme. Una vez que todo empezó, ya no había vuelta atrás. Quizás mi orgullo, a lo mejor mis sentimientos de justicia reprimidos, o probablemente porque quería algo de acción. Lo más seguro es que un poco de las tres cosas. Sin embargo, no me arrepiento de haberlo hecho. Sólo actuando, de la manera correcta, se pueden lograr grandes cambios.

P. D. Este artículo no favorece a ningún partido político ni es para afectar a otro. No tiene ningún tinte político. La política no es un tema del que me guste tratar. Simplemente es un escrito de conciencia ciudadana.

   

viernes, 16 de septiembre de 2016

IGNOTUM (Octava entrega)


            Faltaba poco para su discurso de cierre de campaña. Habían sido dos meses de arduo trabajo, que estaban a punto de cerrar exitosamente según la perspectiva del candidato Marcial Peniche. Por desgracia, las encuestas no le favorecían. En ninguna había resultado el posible ganador, pero estaba seguro de su triunfo, por el as en la manga que se guardaba para el último momento.
            Marcial, hombre de cuarenta y tantos años, estaba cómodamente sentado en el sillón grande de su despacho. Sostenía un cigarro en la mano y encendía uno detrás de otro. No estaba tranquilo. Lo que iba a hacer, no le agradaba del todo, pero había llegado demasiado lejos para detenerse. Después de todo, él fue el principal precursor de la creación del virus Ignotum.
            Fue casi al inicio de la campaña. El desánimo impregnaba en todos los integrantes del partido. Los resultados del primer sondeo eran demasiado bajos. No había esperanza de ganar la elección. Marcial había insistido mucho en su postulación, les prometía el éxito y todos creyeron en él, pero en ese momento se sentían decepcionados.
            Se consideró cambiar de candidato, pero las reglas no lo permitían a esas alturas y menos por las circunstancias que manifestaban: un participante débil y sin posibilidades. Las inversiones fueron retiradas casi en su totalidad y se dieron por vencidos mucho antes de la elección. Excepto Marcial Peniche. No se rindió.
            Sus posibilidades en el mundo natural eran nulas; así que decidió explorar en el mundo sobrenatural: acudió a la magia negra. Había escuchado muchas leyendas de sus abuelos, acerca de los poderes oscuros, para el cuál no había límites, pero si consecuencias. Marcial decidió arriesgarse. Todo antes de perder.
            Acudió a varios brujos y la mayoría se negaba a sus planes. Hasta que encontró a Átalo. Un hechicero poderoso y sin escrúpulos que estaba dispuesto a todo por dinero. Átalo aceptó de inmediato por la cantidad que le ofrecieron e inicio el proceso. El principal ingrediente: la ambición.
            Átalo le explicó que el hechizo de la ambición era muy efectivo, pero para eso se necesitaría del deseo de sobresalir y anteponerse ante sus rivales de cuatro personas. Así que se reunió con Don Bernardo, el empresario, y aceptó el plan. Pronto se unieron Agustín, el pintor, y Santiago, el futbolista. Lo único que no les dijo, es que ellos tres tenían que morir para que el conjuro se cumpliera. El único sobreviviente, al final del proceso, sería Marcial, para convertirse en el gobernador de su Estado.
            Marcial cerró su mente a los recuerdos. El lanzamiento del hechizo había sido impactante para los cuatro, pero había sido efectivo. No quiso vivir de nuevo ese momento y se detuvo en sus pensamientos. Faltaban cinco minutos para su discurso. Sólo tenía que apretar el botón para liberar Ignotum y acabar sus contrincantes. Él no moriría, Átalo se lo había garantizado; sin embargo, el virus quedaría a merced del mundo y no habría poder humano que lo detuviera. Cualquiera que tuviera acceso al archivo, podría usarlo y acabar con sus enemigos.
            Se puso de píe y se acercó a su computadora. Tan sólo tendría que apretar y su oportunidad para convertirse en el ganador de la elección sería un hecho. Sería  imposible que los tres partidos contrincantes se recuperaran después del fallecimiento de sus candidatos. Estaba a punto de hacerlo, cuando fue interrumpido.
– Tiene que detener esto – exigió Abdiel, quien entró intempestivamente en compañía de Artemisa y Pedro.
El asistente de Marcial Peniche entró detrás de los intrusos. Se disculpó con su exigente jefe y explicó que no los pudo detener, esperando el regaño respectivo. No obstante, Marcial lo ignoró y se concentró en sus visitantes inesperados. Sonrío cínicamente y apretó el botón que liberaba el virus Ignotum.

– Demasiado tarde – disfrutó Marcial –. El plan está cumplido.









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martes, 13 de septiembre de 2016

Las celebridades no deberían casarse ni tener hijos.


         Aprovechando el llamado "Frente Nacional por las Familias", quiero unirme a su movimiento y no entro con las manos vacías, pues tengo mi  propuesta y que espero que acepten. Yo me pronuncio y, con la mera intención de velar por los derechos de los niños, a favor de que las celebridades no se casen y que tampoco tengan hijos. Eso ya no puede seguir pasando. 
     Es bien sabido por todos, que varios de los cantantes y actores, tanto nacionales como internacionales; no construyen relaciones sólidas y que se divorcian al poco tiempo de haber contraído nupcias. Entonces, no deberían casarse. Tampoco deberían tener niños, ya que hemos visto los resultados de muchos hijos de artistas a los que no les va bien en la vida, por la falta de atención de sus padres. Sería largo mencionar muchos casos de jóvenes que siendo vástagos de celebridades no logran una estabilidad emocional, ni consolidarse profesionalmente.
           Ahora que lo pienso, también me voy a oponer a que los médicos hagan lo mismo. Es una profesión que quita mucho tiempo y no les dedican suficiente tiempo para su formación. Ni que decir de los abogados. Igual creo que no deberían tener hijos las personas que ganan el salario mínimo, que en este país son muchos y algunos menos que eso. La razón es que no tendrán los recursos suficientes para darles una vida como los patrones lo marcan. No tendrán juguetes caros, ni viajarán a Disney y creo que es todo derecho de cualquier niño ir a Disney.
         Para los que les suenen absurdas todas mis propuesta, es que han entendido el mensaje de este artículo. Sí, es muy absurdo lo que menciono y no pretendo que alguien se me una. Sin embargo, es igual de absurda la propuesta de que los homosexuales no puedan casarse ni adoptar o tener hijos. El argumento más recurrentes de los que apoyan este movimiento por lo que ellos llaman familia, es que lo hacen en defensa de los derechos de los niños. Para empezar, son niños que no son su responsabilidad, por lo que no van a hacer nada en la vida para su bienestar y que algunos ni han nacido. 
        En todos los casos que mencioné, hay pruebas de familias exitosas. Celebridades que han consolidado un hogar, médicos con núcleos muy fuertes y padres de bajos recursos que sacan adelante a grandes personas de acuerdo a sus posibilidades. Todo es posible en un hogar lleno de amor. Y es lo único que necesita un menor.
       Si nos ponemos exigentes y nos adaptamos a este mundo donde impregnan los "buenos valores" y lo políticamente correcto, cada niño debería vivir en un hogar con grandes lujos, con las mismas posibilidades económicas que cualquiera para salir adelante y un Xbox. Siempre es necesario un Xbox. Sin embargo, esto no es posible en ningún país del mundo. Todos crecemos en ambientes diversos, expuestos a situaciones que nos marcan; no todas positivas, pero de ahí surgimos y lo manejamos de la mejor manera. Sin importar en que tipo de familias vivamos, estamos expuestos a riesgos. Lo importante es que haya personas a nuestro alrededor, que nos amen, nos guíen y sepan cuidarnos en nuestra formación. 
     Lo irónico, es que quienes dicen defender los derechos de los niños; son sus enemigos naturales. Con sus ideología llena de prejuicios, de convicciones religiosas mal enfocadas y transmitiendo esos antivalores a sus hijos; porque ellos serán los encargados de promoverlas y atacar a este concepto de familia; con burlas, señalamientos y todo por ser hijo de padres del mismo sexo. Esto es lo que los hace infelices, no vivir en un hogar sin importar el sexo de los padres.
     Yo quiero que quede claro que no hay garantía de la familia perfecta y es absurdo luchar por algo que es impredecible.  Que los homosexuales tengan hijos, no necesariamente quiere decir que serán mejores padres, pero tampoco es una condición implícita que los heterosexuales lo sean. Lo importante en realidad, es que haya personas con la vocación de ser padres, necesitamos más de esos y si entre de las parejas del mismo sexo hay ese deseo, yo apoyo que formen sus familias, que se casen y que sean felices para siempre.

viernes, 9 de septiembre de 2016

IGNOTUM (Séptima entrega)

            Artemisa se escuchaba muy alterada al otro lado de la línea. Era difícil entenderle en ese estado; sin embargo, parecía que una visita inesperada había llegado a su casa. Abdiel y Pedro decidieron regresar de inmediato. Ya no tenía sentido su estancia en esa ciudad vecina. Su principal sospechoso, se había quitado la vida de la misma manera que lo hiciera Don Bernardo.
            La misión se había convertido en la búsqueda del asesino de los futbolistas. Eran las víctimas más recientes del virus Ignotum y, si tenían suerte, encontrarían con vida al responsable, porque, según habían notado, el asesino se quitaba la vida después de cumplir con su mandato. Querían respuestas, no más preguntas.
            Artemisa esperaba en la base de las escaleras que se extendían hasta la puerta principal de su casa. Al ver a Abdiel bajarse del auto, corrió a sus brazos. Se dejó ir y perderse en él por unos segundos. Buscaba la paz, pero inútil, paz es lo último que respiraban en los últimos días.
– Es Santiago, mi primo –. Exclamó Artemisa – Llegó esta mañana y se ha encerrado en la biblioteca.
Abdiel la tomó de las manos suavemente y le prometió que lo resolvería. Se hizo acompañar de Pedro, quien esperaba pacientemente en el automóvil.
– Hay algo que deben saber –. Los detuvo Artemisa – Santiago es futbolista.
Abdiel sintió la presión y el miedo en una mezcla confusa. Mientras corría hacia la biblioteca descubría en sus pensamientos la respuesta: Santiago era el asesino y esperaba encontrarlo con vida. Necesitaba explicaciones.
Insistieron más de una vez, hasta que no les quedó más remedio que tirar la puerta. Ahí estaba Santiago, un joven apuesto de 25 años, con una carrera prometedora en el deporte que se había consumido en la ambición. Estaba sentado en la silla principal con la mirada hacia la chimenea. Con la mano derecha sostenía una copa con vino y con la izquierda jugaba con la misma pistola con la que Don Bernardo se había matado.
– No tienes que hacer esto – aseguró Abdiel.
– Te equivocas – pronunció Santiago –. Es exactamente lo que tengo que hacer. No tengo opción.
“Las cosas no salieron como esperábamos. Parecía algo sencillo. Un pecado que cualquiera podía cometer, pero sin las consecuencias. Fuimos manipulados, quizá. Pero, ¿qué se puede esperar de cuatro hombres ambiciosos que desean eliminar a la competencia? Nos engañaron, porque el último eslabón de la cadena es el ejecutor. También tiene que morir. No se crean, no soy tan perverso. Al ver los efectos del virus Ignotum, quise detenerme, pero tampoco pude evitarlo”.
            Santiago tomó la pistola con firmeza y se apuntó a la cabeza. Abdiel quiso acercarse para detenerlo, pero lo amenazó y tuvo que retroceder. Artemisa intentó persuadirlo e incluso por un momento mencionó a la policía, pero era inútil detenerlo. Santiago trataba de no hacerlo, pero su brazo parecía tener voluntad propia y de nuevo se apuntó a la cabeza.
– Al menos dinos – suplicó Abdiel – ¿Quién es el cuarto ejecutor?
– No podrán detenerlo – advirtió Santiago –. Sin embargo se los diré. Se trata de Marcial Peniche
– ¿El candidato? – intervino Pedro.
– Es más que un candidato – aseveró Santiago –. Es su futuro gobernador.

martes, 6 de septiembre de 2016

La libertad de expresión en los tiempos de Facebook: Caso Irving Berlín.


     El debate está en la mesa. Mucho se habla sobre libertad de expresión y el derecho que tenemos cada uno de decir lo que pensamos. Claro, eso es cuando se refiere a nosotros mismos y cuando conviene a nuestros intereses, porque cuando las cosas no están a nuestra conveniencia o la opinión emitida no concuerda con la nuestra, ahí las cosas varían drásticamente. Es una condición humana, un vicio quizá, pero así están las cosas en los tiempos del "facebook".
     La semana pasada fue de grandes contrastes y se vieron reflejados, como todo en nuestra actualidad, en las redes sociales. A raíz de la lamentable muerte de Juan Gabriel, muchos no perdieron la oportunidad de exponer sus puntos de vista, incluyéndome. El fallecimiento de alguien, sobre todo de las magnitudes de Alberto Aguilera Valadez, siempre es un acontecimiento triste para muchos y las susceptibilidades están a la orden del día. La realidad es que es un tema que se debiera tratar con mucha cautela, sobre todo si  los comentarios se manifiestan públicamente.
    Ahí es donde me permito detenerme y exponer dos casos muy polémicos que implicaron a dos funcionarios, uno a nivel nacional y el otro en la Ciudad de Mérida, Yucatán. Es muy bien sabido por muchos que Nicolás Alvarado y Irving Berlin perdieron sus puestos, presuntamente, por emitir comentarios que "ofendieron" la dignidad de un pueblo mexicano abatido por la muerte de su ídolo. Sin embargo, aunque en apariencias similares, son dos situaciones muy diferentes que analizar, no juzgar, simplemente analizar.
     Nicolás Alvarado era un director de un canal de televisión pública, dedicado a fomentar el arte y la cultura del país, amparado por la máxima casa de estudios. Es reprobable, que alguien en su posición, con esa ideología y con criterios tan cerrados sobre la cultura y el arte, tengo una responsabilidad como tal. Considero que su despido fue adecuado, no por su opinión en sí; defiendo su derecho a decir lo que piensa; sin embargo, lo que piensa no va de acuerdo al puesto que ocupa y genera una desconfianza difícil de superar. Su credibilidad se reduce drásticamente y lástima el prestigio y el trabajo de los colaboradores de la señal televisiva.
    El otro caso lo vivimos en la ciudad de Mérida. Está por demás mencionar los comentarios emitidos por el ahora ex Director de Cultura Irving Berlín, a través de su página de facebook. Creo que ya es muy bien sabido por todos y es innecesario repetirlo; ya que la opinión pública y los medios se han encargado de difundirlo, incluso de maximizarlo; algunos, alegan, obedeciendo a propios intereses.
     El Alcalde Mauricio Vila explica que la renuncia de Irving Berlín se debe exclusivamente a su plan estratégico. No digo que esto no fuera posible, ya que acaba de rendir su primer informe y es un momento oportuno para hacer ajustes en el gabinete. En otro momento, la repercusión hubiera sido más leve. Sin embargo, en este mundo de apariencias, lo que parece supera a la verdad misma en ocasiones. Tanto es así, que tanto la comunidad artística como la empresarial le han exigido al Presidente Municipal una explicación, no necesariamente la correcta, sino una que los deje satisfechos, porque es evidente que sus afirmaciones no han cubierto sus expectativas.
     El día de la publicación, la vi a raíz de que fue compartida; ya que no tengo entre mis contactos al señor Berlín, pero parecía verídica. En ese mismo "post" comenté que se me hacía una declaración desafortunada para un funcionario de su posición y me sostengo. Sin embargo, no considero, si así fue el caso, que una persona pueda ser evaluada por un comentario así y perder el puesto. Lo desafortunado del comentario, no afecta a la gestión del afectado, a diferencia de Nicolás Alvarado. Simplemente fue un comentario de mal gusto e imprudente, que no debió rebasar ese nivel. 
     Aquí es donde empieza el verdadero análisis. Se habla mucho de la libertad de expresión, como un derecho de todos los mexicanos. Sin embargo, no vale lo mismo una opinión de un ciudadano común, de una celebridad, o la de un funcionario. Las repercusiones son más graves según la personalidad y será juzgada más severamente dependiendo su importancia. No estoy de acuerdo, porque limita los derechos de ciertas personas que también son ciudadanos, pero hay que tener en cuenta que siempre se antepondrá su carácter de personalidad pública. No se si es justo o no, pero así es. ¿Qué acaso no sabían esto estos dos funcionarios?
     En general, creo que todos deberíamos de tener cuidado a la hora de publicar algo en sus redes sociales, pero más aún cuando uno está ante la mira de todo. No soy amante de los temas de política, ni me considero con autoridad; pero de lo que si puedo hablar desde mi postura es como Comunicólogo Organizacional y desde esta perspectiva puedo asegurar que el caso de Irving Berlín se pudo arreglar con un plan de atención de crisis. Es de los casos más sencillos de lograr. El funcionario hubiera conservado su puesto y la imagen del Alcalde hubiera quedado intacta. Sin embargo, no existe esa cultura en nuestra Estado y como cuando falla tu equipo de computo y no sabes como resolverlo, es mejor reiniciarlo. 
     Son muchos puntos que analizar. Pero el más preocupante es que en las redes sociales, todos somos juez y parte, pero que no se metan con nuestros derechos, porque eso sí es injusto. Es muy cómodo desde tu dispositivo lanzar un comentario, no dar la cara y simplemente dejar que ocurra el hecho, sin medir las consecuencias. Ahí va para las dos partes, unos por comentar algo inapropiado y los otros por juzgarlos como si fueran delincuentes, cuando los verdaderos delincuentes del país pasan desapercibidos. Tanto se habla de cortinas de humo, que muchas veces las cortinas de humo las creamos los propios ciudadanos y usuarios de facebook. Es triste darse cuenta que en nuestro país, la libertad de expresión es una herramienta que se puede usar a gusto de cada participante, en un juego donde no hay ganadores; con una política donde rige la frase "dime lo que publicas en facebook y te diré quien eres".


   
   

viernes, 2 de septiembre de 2016

IGNOTUM (Sexta entrega)



            El mundo de los muertos empezaba a sentirse familiar. Artemisa y Abdiel caminaban tomados de la mano, un poco por seguridad; pero sobre todo porque al reencontrarse se habían vinculado de nuevo al sentimiento de amor. Una extraña sombra que cruzó frente de ellos, interrumpió su tranquilidad.
– ¿Quién eres? – preguntó Abdiel con insistencia.
            Sin embargo, ninguna voz respondió. La sombra se hacía más presente. La imagen de un hombre se dibujaba con más claridad. Artemisa apretó la mano de Abdiel por instinto. La muerte no le hacía perder el miedo y se colocó un poco detrás de Abdiel. La cercanía de aquel sujeto los mantuvo inmóviles hasta que se hizo presente en su totalidad.
– ¿Pedro? – cuestionó Abdiel un poco aliviado.
            Pedro Fresno era el mejor amigo de Abdiel desde la infancia. Era hijo de Don Rogelio, otra de las víctimas del virus Ignotum. Además, había sido el primero al que Abdiel había confiado la aparición de Alceo y la misión que tenían que cumplir. Se había unido sin dudarlo, tenía tantos deseos como su amigo de descubrir el misterio de la muerte de los empresarios.
            Para Artemisa la experiencia del encuentro fue diferente. Aún albergaba la culpa de ser la culpable de su muerte; sobre todo, porque Pedro fue el único del grupo que no había manifestado su odio hacia ella, por ser la hija del asesino de sus padres. Un veneno había sido su final.
Después de la muerte de Edna, Artemisa se sintió acorralada. Sentía que ella era la siguiente si no se cuidaba las espaldas. Ya no se trataba simplemente de cumplir con la misión, sino de sobrevivir. Encontró una planta con una sustancia mortífera. La remojó en un poco de agua y en una jícara la depositó en el centro del campamento. Pedro fue el primero en llegar. Su agotamiento y cansancio no le permitieron ser precavido y se tomó toda la sustancia. Artemisa quiso evitarlo, pero fue demasiado tarde.
Sin embargo, Pedro no parecía guardarle rencor. Estaba más contento de haberlos encontrado más allá de la muerte, que interesado en culpar a alguien por su deceso. Abdiel lo abrazó, estaba feliz por el encuentro. Habían pasado un par de meses de su último momento juntos; cuando estaban vivos.
Después de la petición de Alceo, Abdiel había acudido a Pedro primero que a nadie. Juntos investigaron a través de los periódicos y notas de internet sobre la muerte reciente de los dos sujetos. Eran dos pintores reconocidos, con gran éxito en sus exposiciones y la venta de sus cuadros. Fue un suceso que conmocionó al medio artístico de una ciudad cercana. Pedro y Abdiel sabían que no había sido una casualidad.
Una declaración de uno de sus colegas fue lo que más les llamó la atención. Era un pintor de mediana edad. Había logrado posicionarse en el medio y obtener cierto reconocimiento por su arte; sin embargo, nunca logró el éxito de sus colegas fallecidos. Su nombre era Agustín Soriano. Por instinto, las sospechas recayeron en él. Buscaron más información en la Internet, hasta que llegaron a una fotografía que les llamó la atención. Estaba con un hombre al que creyeron reconocer.
– Es Don Bernardo – aseguró Pedro.
La ciudad estaba a unos cuantos kilómetros y tomaron la carretera esa misma mañana. Llegaron al mediodía al domicilio que se presumía del artista. Las entradas estaban bloqueadas y rodeadas de la cinta amarilla que utiliza la policía para las escenas del crimen. Algunos agentes de la seguridad pública custodiaban el sitio y una ambulancia estaba a la espera de una camilla que llevaba encima un cuerpo cubierto por una sábana. Era Agustín Soriano, que al igual que Don Bernardo, se había quitado la vida.
Fue imposible acceder al sitio. Abdiel y Pedro tuvieron que detenerse en su intento y caminaron unas cuantas calles. No hablaron por un largo rato. Ambos pensaban y analizaban lo que había pasado, pero sin compartirlo. Llegaron hasta una plaza comercial y notaron el alboroto que se armaba frente a una vitrina de una tienda de electrónicos.
La noticia más relevante, no era el suicidio de Agustín, sino otras tres muertes más. Tres futbolistas destacados habían fallecido de la misma manera que los empresarios y pintores. El virus Ignotum había atacado de nuevo y otro ejecutante del mismo había surgido.
– Parece que el móvil del asesino tiene que ver con eliminar a la competencia – reflexionó Pedro –. Quizá sea el patrón que buscamos.

– Estoy de acuerdo – comentó Abdiel –. Espero que eso sirva de algo, porque esto se está poniendo realmente feo.







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