Hace algún tiempo, por alguna razón que ni siquiera recuerdo, tuve la necesidad de pedir un taxi del Frente Único de Trabajadores del Volante (FUTV) para transportarme a la terminal camionera. La señorita, que ni siquiera se esforzaba en ser amable, me dijo que mi servicio llegaría de 30 a 45 minutos. El resultado fue que llegó más tarde de lo que me plantearon y ya no alcancé el camión; pero eso sí, cobró el servicio como si hubiera tenido una buena actitud todo el camino y hubiera cumplido con su trabajo.
Hace poco, en los tiempos de UBER, tuve la misma necesidad. Sin embargo, en ese ocasión, tomé mi celular, abrí la aplicación y en seis minutos estaba un conductor de UBER en la puerta de mi casa. Llegué a tiempo a mi destino, el trato fue amable y hasta surgió una plática interesante. Además las tarifas son más bajas y las unidades tienen que cubrir un alto estándar de calidad y comodidad. Ahora me pregunto, ¿usted cuál de los dos servicios preferiría? Por supuesto. Eso pensaron muchos usuarios.
En el mundo de los negocios, cuando un nuevo competidor intenta ganarse el mercado, una empresa debe replantear su estrategia, fortalecer su ventaja competitiva e ir a la guerra; pero todo dentro del mundo de la mercadotecnia. Eso enriquece a ambas empresas y el principal beneficiado es el consumidor. Sin embargo, en nuestra realidad, donde el usuario es lo de menos, el FUTV hace un paro, con la petición de que UBER se vaya de sus "dominios". Eso tendría sentido, si viviéramos en la Edad Media.
Los meridanos vivimos en una ciudad donde impera el mal servicio al cliente y, si alguien opina lo contrario, es porque no conoce como debe tratarse a un consumidor. Nos hemos acostumbrado a que en algunas empresas, muchas de ellas franquicias y prestigiosas, nos traten como si nos hicieran un favor y fuera un honor para nosotros que ellos nos atendieran. En este contexto, cuando una compañía entra y ofrece una mejor atención y, sobre todo, a menor costo, es normal que el interés de los usuarios se vaya hacia los nuevos. A todos nos gusta que nos traten bien y cansa un mal servicio. Y, por si no fuera demasiado obvio, evidenció, aún más, el mediocre servicio de la FUTV, controlado por el sindicalismo y patrocinado por partidos políticos, a los que ya le deben varias elecciones y ahora se las están cobrando.
Aquí lo que menos importa es el servicio. Convocan a un paro, perjudicando a los clientes a los que dicen proteger, para exigir un territorio que creen que les pertenece por derecho. Es de entenderse el enojo; muchos de ellos o sus patrones pagaron una cantidad más allá de lo legal para tener las placas y los permisos correspondientes. Sin embargo, la lucha no está contra la competencia, sino contra la corrupción que controla esos sistemas; la solución no es amenazar ni mucho menos golpear a los que ejecutan un trabajo honesto y dentro de los estatutos de la empresa que representan.
Es un hecho que el servicio de UBER tiene sus detalles, pero la diferencia es que si parece escuchar a la ciudadanía. La soberbia de FUTV es sorprendente, al grado de sentirse imprescindibles. La estrategia parece haber fallado, ya que muchas compañías de transporte, incluido el Ayuntamiento, ofrecieron hacer los traslados para los más necesitados. De esto se trata los negocios, de aprovechar las oportunidades y lograr un buen impacto a los clientes. Es difícil pedirle esto a un sindicato que nunca tuvo esa necesidad. Vivían en el monopolio y los sacaron de su reinado. Ahora esperaremos atentamente las respuestas y los dimes y diretes, porque esta guerra aún no termina, y el botín a ganar son los clientes, a la buena o a la mala.
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