miércoles, 19 de octubre de 2016

Sucedió en el transporte público...



     Hace unas semanas, tuve un encuentro cercano, la verdad no se de que tipo, con un camionero. No fue algo personal, hubiera sido malo si fuera así de todos modos. Sin embargo, sus actitudes y descuidos afectaban y ponían en riesgo a los pasajeros y a uno que otro transeúnte. Soy de los que tienen la fortuna de contar con un automóvil, más por lo práctico que por lo cómodo; no obstante, debido a ciertas circunstancias, tengo la necesidad de recurrir al transporte público. Esto sucedió hace algunas semanas, en algún punto de la ciudad de Mérida, Yucatán. Fui parte de la experiencia, pero pudo suceder en cualquier parte del país.
     Era un sábado en la tarde. De esos días que piensas que todo saldrá de maravilla. No fue algo que me arruinara el día, pero si fue incómodo y sobre todo me hizo pensar. Estaba en el centro de la ciudad y me dirigí a donde se encuentra el paradero de los camiones que me llevan a mi casa. Llegué apenas a tiempo para abordar y me sentí aliviado de haberlo logrado. Un poco después, no estaba tan seguro de haber elegido correctamente al conductor de la unidad. No dependía de mí, no obstante, a veces me gusta pensar que tenemos opciones.
     El conductor en cuestión decidió que era buen momento para checar su whatsapp, ¿por qué no? Muchos lo hacemos mientras laboramos, claro no tenemos un camión de varias toneladas con gente a nuestro cargo. Lo irónico es que mínimo era acreedor a una multa, pero son de esas cosas que la policía parece no darse cuenta. Siendo muy, pero muy tolerante, podría considerar que en algún semáforo echara un vistazo, por si acaso no hubiese algo importante que atender. Aunque no creo que haya nada más relevante que manejar su unidad. En fin, fue más allá de eso. El camionero se tomó la libertad de checarlo mientas conducía. Claro, bajó la velocidad mientras leía tranquilamente sus mensajes, no vaya a ser que choque. Ahí estuvo un buen rato, con el riesgo de impactarse con un auto estacionado, pero hasta eso, calculó bien sus tiempos y pudo esquivarlo y tomar las riendas del camión como siempre debió ser. Al menos, por un rato.
     Quiero pensar que el problema no se resolvió via whatsapp, porque a los pocos minutos se atrevió a hacer una llamada. La discreción y  la decencia no eran una de sus características. Esta vez ni siquiera bajó la velocidad, ni se pegó un poco. Seguramente consideró que puede conducir mientras habla por teléfono y ¿por qué no? enterar a todos de su conversación. Para esto se necesita un gran volumen en su voz y se esforzó para que así sea. Después de un rato en su llamada, a la que no le puse atención, colgó.
     Para ese punto, yo ya estaba considerando hacer algo, reportarlo al menos, para que la empresa tome medidas; no obstante, aún era una simple consideración. En ese modo estaba cuando se presentó otro inconveniente. De pronto, el conductor pegó el camión y empezó a discutir con un grupo de señores que llevaban cervezas en la mano. Iban descendiendo de un automóvil y él alegó, para justificar su comportamiento, que se le habían metido. Claro, es lo que debe hacer un camionero cuando un automovilista se le mete, si es que sucedió, perseguirlo para decirle hasta de lo que se va a morir. Gritó y gritó hasta que obtuvo respuesta de sus contrincantes e igual respondieron enojados. Yo sólo esperaba que se subieran al camión y lo agarraran a golpes. Por esta ocasión, no sucedió. De nuevo, no puse atención a esa discusión sin sentido, pero me di cuenta que era demasiado.
     Ya a punto de bajarme, aún reflexionaba sobre lo que debería hacer. Hice la parada correspondiente y me puse de píe. Según las indicaciones, la puerta delantera es de ascenso y la de atrás de descenso; sin embargo, las veces que he intentado bajar por detrás el camionero no te hace mucho caso y tienes que insistir, mientras que todos los demás van descendiendo por la puerta de adelante. Así que decidí ser práctico y hacer lo mismo, pero en el momento que puse un pie en la puerta, el camionero me jaló de la camisa  y me gritó de muy mal modo por algo que no entendí. No se trataba de haber bajado en la puerta incorrecta. De eso estoy seguro. Sólo pude responderle que su servicio era malo y que lo iba a reportar. No era necesario algo más. Para él sí.
     Mientras me bajaba de la unidad, sólo escuchaba gritos y amenazas. Yo llevaba puesto los audífonos y no puse atención a sus insultos. Sólo alcancé a escuchar que quería mi nombre para reportarme también. Cómo si eso fuera su defensa ante sus malos tratos. Caminé hasta la parte trasera del camión y le tomé una foto a la placa y al número de denuncias. Él se detuvo muy amenazante y siguió con su discurso de maldiciones. Pensé que se bajaría, pero no llegó a eso. Continué mi camino hasta que llegué a mi casa e hice la llamada al teléfono de quejas.
      La atención vía telefónica fue diferente. El joven que me contestó parecía interesado en el caso, se disculpó por la mala atención y me pidió todos los datos necesarios del conductor. Yo le dí los que pude y me prometió que tomaría cartas en el asunto. Desgraciadamente, no hay un seguimiento sobre los reportes, pero quiero pensar que fue atendida mi denuncia. Es lo que me queda. 
      Al menos cumplí con mi parte como ciudadano. Lo único que me quedé con ganas es de invitar a todos los del camión a que hagan lo mismo. Vi varias señoras asustadas y con mucha impotencia. Estas cosas pasan todos los días, no sólo en el transporte, sino en todos los servicios. Muchas veces las personas que podrían hacer algo ni se enteran y se vuelve un circulo vicioso de conformidad. Llevamos mucho tiempo atrapado en él. Es el momento de alzar la voz cuando tengamos la oportunidad de generar un cambio. No importa la magnitud, un cambio es el cambio. Yo ya lo hice.

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