Después
de los decesos de los empresarios, todo parecía estar en paz, hasta que dos
semanas después hubo tres muertes con las mismas características. El rumor es
que el virus Ignotum había atacado de nuevo. Artemisa intentó destruir todo el rastro del mismo,
pero ya era demasiado tarde. Se había esparcido.
El miedo era tal, que muchas
personas habían dejado de abrir sus correos electrónicos. Incluso hubo quienes hasta
dejaron de usar la computadora. Cualquier cosa electrónica parecía una amenaza
y, lo peor de todo, es que no había una estrategia para detenerlo. Los líderes del
mundo no tenían idea a lo que se enfrentaban y preferían permanecer ocultos en
sus residencias de seguridad.
Abdiel escuchó la noticia en una
televisora local y percibió el caos que se generaba por la reacción de la
gente. Le giró la cabeza, con un extraño mareo que lo remontó a sus recuerdos
una noche después de la muerte de su padre, cuando tuvo como visitante a Alceo.
Aquel hombre oscuro se había presentado sin previo aviso, para dar una
advertencia. Sin embargo, Abdiel lo había ignorado.
“No fue un accidente”, le repitió
con insistencia. “Y a eso que llaman virus, no tiene nada que ver con las redes,
ni los correos electrónicos. Ningún hacker será capaz de descifrarlo y mucho
menos crear un antivirus. Eso que ustedes llaman Ignotum, no es más que una
maldición de la más oscura magia”.
Sin embargo, Abdiel decidió no
escucharlo. Lo corrió con terribles amenazas hasta que Alceo desapareció. Le
atribuyó su presencia a que había pasado dos noches sin dormir y al dolor por
la muerte de Don Gregorio, su padre. No obstante, empezaba a tener sentido esa
advertencia.
Abdiel regresó de sus recuerdos y se
sintió sostenido en los brazos de un hombre más alto que él. El hombre lo
detuvo cuando perdió el sentido, de lo cual no se había percatado. Agradeció el
gesto y se sintió solo en aquella calle traficada y donde se percibía el
pánico. Corrió hacía el restaurante más cercano, sin dar explicaciones, entró
al baño y se encerró.
Necesitaba respirar. Necesitaba
estar realmente solo. Necesitaba pensar. Tomó en sus manos un poco de agua y se
la echó sobre la cara. A través del espejo que lo reflejaba, vio, de nuevo, a
aquel hombre. Al que se le había presentado como Alceo. Volteó impresionado y
alguien tocó la puerta. Abdiel quiso abrir y huir de ahí, pero la complaciente
voz de Alceo, lo detuvo.
–
Estoy seguro que ahora me crees – expresó –. Lo que le pasó a esos hombres, es
lo mismo que le sucedió a tu padre.
–
¿Qué es lo que está pasando? – cuestionó Abdiel.
–
El Ignotum se ha esparcido por las redes – explicó –. Al parecer, al usar el
Internet como canal, hizo de alguna manera se comportara como un virus
convencional. Lo extraño es que no ataca a cualquiera, solo a un tipo de
personas.
–
¿De qué tipo de personas estamos hablando? –.
–
Eso es lo que no sabemos aún – dijo con desanimo –, pero estamos seguros que
existe un patrón.
El
sonido de la puerta fue acompañado por una voz que pedía entrar. Abdiel quería
seguir escuchando, pero ya había tardado demasiado tiempo y, nervioso, se
dispuso a marcharse.
–
¡Espera! – lo detuvo Alceo –. Tienes que
ayudarme. Sólo tienes que descubrir cuál es ese patrón.
–
¿De esa manera se terminará todo?
–
Lo intentaremos, pero sino funciona: vas a tener que morir.
IGNOTUM (Tercera entrega)
IGNOTUM (Cuarta entrega)
IGNOTUM (Sexta entrega)
IGNOTUM (Séptima entrega)
IGNOTUM (Octava entrega)
IGNOTUM (Cuarta entrega)
IGNOTUM (Sexta entrega)
IGNOTUM (Séptima entrega)
IGNOTUM (Octava entrega)
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Libro Sueños colectivos
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