De pronto me sentí saturado, demasiado sobreexpuesto al mundo de lo “real” de que siempre trataba de escapar. Era como si mi dosis de socialización estuviera cubierta y me hubiera excedido por la ansiedad del deseo de pertenecer. No lo soportaba más, necesitaba estar solo y fuera de ese universo de convencionalismos y ritos constantes.
Mi naturaleza de ermitaño se imponía a esa parte que disfruta de las relaciones humanas. No puedo negar que soy las dos personas, sin embargo había abandonado por mucho tiempo a ese “yo” interno que suplicaba atención. A diferencia de la mayoría, el estar conmigo es uno de los más grandes placeres y una carga de energía que posibilita mi trato en armonía con los demás. Me llamaba a mí mismo y lo más irónico es que no me escuchaba.
Era difícil encontrar un sitio que no le perteneciera a nadie, donde el único habitante fuera yo. Los espacios se me hacían reducidos y las habitaciones demasiado impersonales, incluso la propia. Ya no quería hablar por un buen tiempo, me negaba la palabra oral y decidí que mi único medio de comunicación sería por medía de lo escrito. El romance que tengo con las letras desde muy temprana edad, ha sido un aliado en esos momentos de liberación y de nuevo recurrí a ellas.
No fue suficiente. Algo faltaba para fortalecer ese encierro que necesitaba. Esa comunión conmigo mismo que buscaba con desesperación. Entonces me recosté debajo de mi cama y ahí permanecí por unos minutos. Funcionó en primera instancia, pero ese placer fue vago y la paz se fue. Estuve a punto de salirme, cuando cerré los ojos y miré a mis adentros.
Ahí estaba el refugio que tanto había buscado. Fue un viaje al que no llevaría equipaje, pues todo lo que necesitaba estaba en el sitio al cual me dirigía. Estaba dentro de mí y respiré ese aire cuyo aroma es difícil de describir de manera literal, pues se tiene que experimentar para conocerlo en plenitud.
No sé si volé o simplemente caminaba, pero me transportaba tan suavemente que no sentía la fuerza en los músculos. La andanza fue breve, hasta que llegué a un espacio que no reconocí, pero sabía que era mío al sentir esa conexión conmigo y ahí permanecí por mucho tiempo.
Es complicado ser ermitaño en un entorno tan sociable, sin embargo sino buscamos la manera de desconectarnos de vez en cuando del mundo exterior, nos limitamos a sentir esa fascinante experiencia de conexion que complementa nuestro cuerpo con el espiritu.
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